Tuesday, June 02, 2009

Qué le iba yo a decir

EL PARADERO

(cambiando terapias)

 

Dicen que uno debe de pensar las cosas antes de decirlas porque luego podemos arrepentirnos por las incisiones que puedan causar en el receptor. Lo malo de esto, o bueno, sería lo malo mío, es que me quedo pensando, pensando y pensando, que termino yéndome por la tangente –como diría un antiguo y querido profesor de facultad- tanto que nunca llego a decir lo que necesito decir o siento en el momento adecuado. Imagino todas las respuestas que podrían tener las frases que pienso, que termino sintiéndome tan mal por algo que aún no ha sucedido y que quizá nunca suceda, pero con tanto pensamiento junto pierdo el sentido de la realidad, como ahora que sigo enredándome, pensando cuál sería la mejor forma de entablar conversación con aquella mujer de ojos marrones claros y pequitas en el rostro.

Sé que se llama Malena, sólo que aún no logro identificar si aquel nombre inscrito en su fotocheck es porque realmente se llama Malena o será María Elena. Que desesperación, aún no la conozco y ya me estoy haciendo muchas bolas en tratar de descubrir el origen real de aquella palabra.

 

Son las 7:32 de la mañana y ya hay movimiento en las calles, el tráfico aún es soportable aunque el sol no lo sea, y aquella marea de personas que sale de una de esas nuevas iglesias –no recuerdo si es agua viva o que viva el agua- es desesperante, no hay espacio en la vereda para que todos pasen sin que yo tenga que moverme de mi sitio, de mi recuadro ubicado estratégicamente.

Lamentablemente no soy de las personas que tengan mucha paciencia, todo lo contrario, y para mí no es nada fácil tener que soportar el calor de la mañana, el ruido de las bocinas de los autos que van incrementando a medida que avanza el tiempo y la gente también, que no se dan cuenta que invaden mi espacio y que me hacen retroceder para volver a mi lugar miles de veces, como si no existiera o como si ellos hubiesen llegado primero a esa cuadra… pero un ligero movimiento de aquellas delgadas hebras de metal me indican que ya son las 7:45 y ya nada importa más, es como si me quedara sordo y mudo, y de repente medio ciego también –como Beethoven y su sordera de una sola oreja-, porque la única imagen que llega a mi cerebro es por un solo ojo -o es que es tan impactante que los dos fusionan en uno- y es la de aquella mujer delgada, blanca, delicada, con un carita tan angelical, y su cabello que cae tan suavemente por su rostro mientras ella intenta acomodarlo otra vez usando los dedos de su mano derecha donde sé que tiene dos anillos, aunque aún no logro divisar si lleva un aro de compromiso en el dedo anular o es un aro parecido en el dedo medio. Pero no importa porque ya se acerca cada vez más, y yo, yo no sé que hacer, mis manos sudan, rayos, las manos nunca me han sudado, no sé hacia donde mirar, tampoco quiero asustarla o que piense mal de mí, es tan bella y tan dulce que no puedo dejar de mirarla. Está solo a diez pasos y creo que me ha sonreído, sí me está sonriendo, de repente deba devolverle ese gesto con otra sonrisa o ¿no? Siento que el sudor de las manos sube a mi cabeza y las mejillas me queman –sol de mierda… no, no es sol-. Sonrío a medias como para no dejar entrever que siento una atracción hacia ella, y se voltea, justo delante de mí, en el recuadro que está delante del mío. Sé que trabaja en el mismo lugar que yo porque sube al bus de la empresa que pasa a recogernos todos los días a las 8am, así que no hay mucha ciencia en ello, lo que aún no logro descubrir es en qué área trabaja.

Siempre dejo que ella suba primero y no necesariamente para mirarla libidinosamente, sino para ver donde se sentará y ubicar un sito estratégico desde donde pueda seguir mirándola sin que se de cuenta, o pueda que hoy tenga suerte y hayan dos sitios libres, juntos, para que ella se siente a la ventana y yo a su costado para poder cruzar palabras, ¡ay si tan sólo tuviera un poco de suerte!

Son las 8:10 am. y aún la sigo mirando, pero ella no se ha dado cuenta, mejor así. Logré conseguir un sitio una fila detrás del suyo pero en la hilera del frente. Su sitio y el mío dan al pasillo. Miro mi reloj, me fijo en el tráfico y aún no termino de decidir si empezar a leer el libro que esta vez traje conmigo o de repente podría seguir mirando a Malena unos minutos más. Quizá “La insoportable levedad del ser” pueda esperar quince minutos más, no creo que Kundera se entere de mis cavilaciones o le importe mucho a estas alturas. Y así empieza la rutina de siempre.

 

A veces no comprendo del todo a las mujeres, por qué si son tan lindas naturalmente tienen que aplicarse toda esa tracalada de polvitos mágicos que lo único que hacen es complicarles la vida y quitarles tiempo por gusto, esos minutos podrían invertirlos en leer un libro –así como yo-. Ni modo, no hay forma tampoco en que pueda acercarme a ella y decirle que siendo tan bella como es, pues no necesita agregarle nada más a su rostro mas que una sonrisa, de aquellas con las que siempre llegas al paradero y me dejas sordo, mudo y medio ciego a la vez.

Siempre lleva un espejito en su cartera, para que yo desde mi sitio, ubicado estratégicamente, pueda observar sus ojos o como es que delinea sus labios y pasa su lengua sobre ellos para humedecerlos un poco. Si tan solo se diera cuenta que aún la sigo mirando creo que no llevaría más ese espejito.

Vuelvo a mirar mi reloj, son las 8:30, estamos a cuatro cuadras del banco y el pobre Kundera mojándose con el sudor de mis manos. Siempre espero a que Malena se levante primero para bajar detrás de ella y poder robarle en el último instante un poco de su aroma que se extiende en el aire por el movimiento de su cabello que recoge esta vez con sus dos manos para poder amarrárselo en una cola. Igual se le ve hermosa.

Con todos estos detalles de ella a veces llego a pensar que estoy obsesionado o que me he vuelto una de esas personas psicópatas, que de tanto observar a alguien, terminan matando a sus víctimas o comiéndoselas por pedacitos –felizmente no es mi caso-. Una gran amiga mía siempre que le cuento mi travesía me responde con su “get a life”, que la deje en paz a la pobre –¿o es que acaso la vas a invitar a salir en algún momento?- y pues NO, pero me alegra saber que existe y que siempre la veré a las 7:50 de la mañana, y nunca más diré que mi trabajo a veces es tan aburrido y rutinario.